Sobrevivir a los campos de fresa

Pablo Tosco

Pablo Tosco es argentino y licenciado en Comunicación Social. Crisis humanitarias olvidadas y personas cuyas historias fueron silenciadas son el eje de su trabajo fotoperiodístico y de cine documental para poner en evidencia las desigualdades e injusticias que afectan a las personas más vulnerables.

Sobrevivir a los campos de fresa

Este trabajo foto periodístico pretende evidenciar los abusos y la vulneración de derechos a las que se ven expuestas las mujeres de origen marroquí contratadas para la recolección de frutos rojos producidos en la provincia de Huelva, España.

Las primeras informaciones sobre la vulneración de los derechos de las trabajadoras temporales marroquíes recolectoras de fresa se remontan a principios de los años 2000, cuando se puso en marcha el sistema de contratación en origen para satisfacer las necesidades de mano de obra para la recolección de frutos rojos en Andalucía. Entre 2018 y 2019 algunas de estas mujeres denunciaron a dos empresas de Huelva por impago, malas condiciones laborales, abusos y agresiones sexuales. Estas denuncias escalaron hasta convertirse en casos judiciales.

Un equipo de periodistas desarrolló durante un año una investigación para documentar y denunciar las violencias que sufren las mujeres contratadas en Marruecos. Este recorrido fotográfico y testimonial acompaña a Fátima, y Hasna desde sus pueblos rurales de origen atravesando el mediterráneo en busca de un salario digno que les permita sostener a sus familias, recoge las denuncias de Drisiya, Aisha y Salima y aporta evidencias sobre las condiciones laborales en las explotaciones agrícolas. Los abusos sustentados en las condiciones de empobrecimiento de estas mujeres enriquecen a las empresas del sector en el Estado español.

Entre 14.000 y 19.000 temporeras marroquíes viajan cada año del norte de África al sur de España para trabajar durante unos meses en los campos de frutos rojos a cambio de un sueldo digno para poder mantener a sus familias. Migran a la provincia española de Huelva con visado por la vía de la contratación en origen, pero, pese a la estructura legal que las ampara, algunas sufren todo tipo de abusos y maltratos una vez llegan a las fincas agrícolas. Las jornaleras que se han atrevido a alzar la voz denuncian casos de explotación laboral, acoso y agresión sexuales.

En los tres o cuatro meses que suelen estar en Huelva, las mujeres marroquíes generan ingresos para alimentar a sus hijos y a su familia durante todo el año. Esta región española, colindante con Portugal, es responsable de la producción nacional del 98% de frutos rojos.

“El convenio colectivo del sector es el que está peor pagado del Estado. Cada vez hay menos españoles trabajando en los campos, pero los frutos rojos siguen siendo el motor agrícola de la zona y, por eso, contratan a mujeres en Marruecos ya que ellas lo aguantan casi todo”, explica José Antonio Brazo Regalado, representante del Sindicato Andaluz de Trabajadores (SAT) en Huelva.

La mayoría de las mujeres entrevistadas explican que las promesas sobre las condiciones de trabajo durante el reclutamiento en Marruecos no tienen nada que ver con la realidad que se encuentran cuando llegan a Huelva: casetas de obra donde viven hacinadas hasta 18 temporeras, horas de trabajo sin remunerar, insultos para que trabajen más rápido bajo la amenaza de quedarse sin un día de sueldo y la resistencia de sus superiores a llevarlas al médico cuando padecen problemas de salud.

A veces, incluso, son inducidas a ejercer la prostitución por otras trabajadoras de la empresa con hombres “interesados” en sus servicios o sufren coacción sexual. Así lo atestiguan las voces de Aisha o Salima (nombres ficticios para proteger su identidad) y los documentos judiciales de los casos obtenidos a lo largo de esta investigación periodística. Su vulnerabilidad, la mayoría de las temporeras contratadas son pobres, analfabetas y con hijos menores a su cargo, abona el terreno a todos estos abusos y maltratos.

A pesar de conocer los peligros a los que se enfrentan, miles de trabajadoras deciden cruzar el Estrecho. “En Marruecos, las jornaleras se exponen a horas extra no remuneradas, insultos, acoso sexual, la prohibición de ir al lavabo y a tener que esperar mucho rato antes que venga el transporte que las llevará a casa una vez terminada la jornada”, explica Ayachi Kazali, miembro en Larache del sindicato más importante de Marruecos, la Unión Marroquí del Trabajo (UMT).

«La situación es más o menos la misma aquí [Marruecos] que allí [España], pero al menos en Huelva cobran más», señala el sindicalista en relación con los 73 dirhams (7 euros) diarios que se suele cobrar en el país norteafricano frente a los 40 euros que se gana en España.

En 2020, sin embargo, la llegada masiva de trabajadoras marroquíes a Huelva se vio frenada por la pandemia global del coronavirus y el cierre de fronteras entre España y Marruecos. El 25 de marzo, cuando tan solo 7.000 jornaleras habían llegado a España, el Gobierno de Pedro Sánchez anunció que suspendía los procedimientos de contratación en origen durante la vigencia del estado de alarma y mientras se mantuviesen las restricciones fronterizas. Esta situación dejó a 11.000 mujeres sin un trabajo que ya tenían confirmado.