Cuando los rusos se marcharon

Raúl Moreno

Fotógrafo independiente. Se caracteriza por desarrollar trabajos de medio y largo recorrido. De este modo consigue un acercamiento más profundo, sincero y empático con las historias que trata y con las personas que las protagonizan. Esto ha llevado a Moreno a penetrar en mundos que la mayoría de nosotros desconocemos o preferimos ignorar. Después de haber trabajado durante varios años en diversos medios de comunicación como fotoperiodista, tomó la decisión de dar un giro a su vida laboral y personal para realizar principalmente proyectos de ámbito humano y medioambiental. Le interesa la fotografía como un instrumento donde indagar en aspectos socioculturales, de desarrollo y de relación con el medioambiente, aspectos que le llevaron a iniciar estudios en Antropología. Ha sido premiado y becado en Europa y Sudamérica. Su trabajo ha sido publicado en distintos medios de comunicación nacionales e internacionales como: The Washington Post, ABC, El Salto Diario, 5W, Il Reportage, Diagonal, El Español, Super Foto, Dodho, Fisheye Magazine, The Atlantic Magazine o Condé Nast Traveler.

Cuando los rusos se marcharon

El 24 de febrero Rusia iniciaba la invasión de Ucrania, que, desde Bielorrusia, accedía a la central nuclear de Chernóbil para ocuparla fácilmente y sin apenas resistencia.

Se iniciaba así una guerra que enfrenta por más de tres meses a “David contra Goliat”.

Las órdenes del Kremlin eran claras, avanzar hacia Kiev y tomar la capital en pocos días. 

Es bien sabido que no fue así como ocurrió. Kiev resistió defendiéndose como gato panza arriba ante un enemigo aparentemente muy superior.

Cuando los rusos se marcharon dejaron tras de sí un rastro de muerte, destrucción y contaminación. Poblaciones como Ivankiv, Teterivsky, Sloboda-Kukhars´ka, Borodyanka o Bucha, sufrieron con dureza la ocupación y los combates que se sucedían hasta la capital.

Después de que los rusos se retiraran, se inició la reconstrucción de muchos de estos lugares, que poco a poco, regresan a una aparente normalidad envuelta en el temor por el regreso de las tropas invasoras. La ocupación rusa ha generado un sentimiento identitario más fuerte en la población ucraniana, que se esfuerza por exteriorizarlo y hacerlo patente, hoy más que nunca.
La apariencia física ligada a la raza puede funcionar como una marca de identidad étnica. Pero también la lengua, las canciones populares, los platos nacionales, la religión o la bandera. En definitiva, el patrimonio social y cultural son solo algunos de los símbolos que representan el carácter de una nación que quiere ser única y libre.